A las puertas de la iglesia se arrincona un hombre que traza el rostro de Dios, dice que el don lo adquirió de él, la inspiración de su talento. En sus inicios, cuando de niño deambulaba por las calles de San Juan, su niñez humilde, su hambre regateada, betuneando en las plazas, vendiendo frutas y golosinas en el mercado, halló su camino en la pintura, sin maestro ni escuela. Aprendió el oficio del pincel por soledad, en silencio....
Fausto Imbacuán su nombre, proveniente de Ibarra, de 33 años, nacido en el invierno, con la dicha amarga de la pobreza, los reclamos, recordatorios hirientes de la apatía que sienten contra él, los padres, los hermanos, los escasos platos de comida. A las puertas de la iglesia se arrincona un hombre que traza el rostro de Dios, dice que el don lo adquirió de él, la inspiración de su talento.
En sus inicios, cuando de niño deambulaba por las calles de San Juan, su niñez humilde, su hambre regateada, betuneando en las plazas, vendiendo frutas y golosinas en el mercado, halló su camino en la pintura, sin maestro ni escuela.
Aprendió el oficio del pincel por soledad, en silencio.
Se escuda de la ciudad detrás de un cartel que lee, ¡la gente es mala! le pregunto el motivo y responde que la gente solo critica, que lo mira con desprecio, que le dicen que mal gasta papel en sus dibujos, él solo calla y grita al mundo con sus frases escritas en papel.
Cuando la vida se acomodo en aquel lugar. Sentado en un banco de madera, arrima la espalda contra aquel muro de promesas, y se dispone aguardar,
A quedarse allí, pintando a sombra de su cartel.
Extiende la mano y ofrece un dibujo, mira el rostro a los que se le acercan y aprecian su arte.
Fuente: http://www.all-artecuador.com/articulos.php?idArticulo=185
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