21 ene 2008

CANCIONES...

CANCIONES



Aquella tarde de domingo
de alguna manera era diferente,
la ciudad tibia y palpitante
ajena a su trajinar delirante.


La radio dejaba escuchar
canciones de huella inconfundible
canciones que sobrecogían mi espíritu
y que marcaban mi alma.


Eran esas, mis canciones,
de murmullos conocidos y anhelados
que entrelazan añoranzas y utopías
donde riman perfectamente las quimeras.


Libertad, ternura y vida
solidaridad, coraje y lucha
recuerdos, amigos, nostalgia
mensajes plenos de esperanza.


Que no callen nunca las canciones
que siempre haya poetas y cantores
guitarreros, bohemios y señores,
creativos, ingenuos, soñadores.


Por eso que vivan las canciones
mensajes palpitantes de ilusiones
que vuelen en distintas direcciones
y se queden vibrantes para siempre .






Jorge Mora Santacruz.

La noche vendrá


Un día

Saltaban pasa a paso, pero tan aprisa que ni en la más cara película comerci
al se podían ver tales hazañas. El camino al alba no tenía mucho que ver con el cielo rojizo con nubes ensortijadas por el cual transitaban, tal ves porque cada uno de sus pensamientos se centraba en lo que pasaría. Estaban en las cercanías de un pequeño caserío. El pequeño niño temblaba sin parar mientras que esos grandes señores tan impresionantes le apuntaban con una escopeta. Sentía miedo, solo observaba las noves rojizas en el cielo y por primera ves comprendió la muerte

A lo lejos en esa terrible zona montañosa se empezaban a divisar las primeras luces de la tarde, don Luis y don Nacho vecinos de toda la vida se preparaban para dormir. El primero de un aspecto un poco duro ya de edad, tal vez de unos setenta y cinco años había quedado huérfano a los diez por lo que su semblante de inmediato indicaba tristeza claro que a esa edad no le preocupaba ya casi nada. Don Nacho en cambio era un hombre que lo poseía todo tenia vaquitas un terrenito y le acompañaba doña Mercedes, sus hijos, los que quedaban ya se habían ido hacia algún tiempo y don Nacho cada vez perdía la memoria por lo que las penas le acongojaban menos.

- Bonita el potrero de don Juan - dijo don Luís cuando abrió bruscamente los ojos después de que su acompañante le dio un ligero golpecito en la espalda.
- Sería bien bonito construir una casita por hay – respondió don Nacho – Hay si estuviera mi hijito, aquí el mundo les lleva, a las hijas el marido y a los varones el porvenir, pero...- don nacho suspira con una larga pausa.

La noche se está acercando y don Luís escucha cada ves lejana la voz de su compañero, al oír las penurias de los demás le da más tristeza y prefiere no escucharlas, solo piensa en que deberá mañana irse a García Moreno a ver la pierna que no sana y que está semana no le ha permitido trabajar.

-siempre he de soñar que mi hijito aparezca. Tanta pena que pasamos, para nada, para que se vaya toda por el río, para que vengan y nos quiten la tierra.

-ya me voy la María ya me ha de estar preparando la comida, olvídese de todo lo que paso ya no sufra que más mal nos hacen las penas para nosotros hay que vivir para lo que nos queda, con nuestra vaquitas el maíz

- que pase buenito don Luís.

El día

-Corre, corre que en la noche les perderemos – dijo uno de los harapientos compañeros sin tener ni idea de donde estaban.

William avía perdido todo, se arrepentía a más no poder sobre todo lo que había pasado aunque ya más de veinte años en que avía dejado de sufrir hasta que por asares del destino se encontraba allí.

Después de escuchar tales palabras de su jefe fuertemente uniformado de selva al igual que todos ellos se detuvo repentinamente y recordó como su padre en el día en que les quitaron todo esos tales señores igualitos a ellos.

-No, no sigan allá se ve algo

Cruzaron fuerte mente armados por donde todo el ganado y llegaron a la plaza. Rápidamente se distribuyeron, todo era orden del jefe.
Revolución o muerte grito uno y todos le siguieron mientras corrían hacia las pocas luces alrededor.
William lleno se una rabia que poco a poco le invadía el cuerpo entró de un sopetón al cuarto en donde los cinco niños dormían en una cama mientras que un señor de mediana edad compartía su camastro con su esposa claramente menor a el.
A la izquierda una pequeña mesita ocupaba el resto de espacio que le quedaba mientras una vela colocada en una pequeña madera en el piso se apago después que el señor entro bruscamente en la casita.

Reunidos todos en la plaza ya no se divisada el borde de las montañas que las veían hace unas pocas horas todos de rodillas lloraban mientras apuntaban a sus rostros. Ya dentro avían matado a algunos pero Nacho había protegía a lo que quedaba de su familia.

Caminaban muy deprisa y no podía seguir sus grandes pasos. No se que pasaría con la familia de Nacho, mi familia, no se pasaría con mi papa. Estamos muy lejos de casa, va anochecer, nos persiguen.

Por: José Andrés Ocaña